jueves, 30 de julio de 2015

UNA SOLEDAD DEMASIADO RUIDOSA de Bohumil Hrabal





 “Una soledad demasiado ruidosa” nos transporta en clave surrealista -a base de repeticiones, sin sentidos y que una cosa nos lleva a la otra dentro de un gran placer estético- a un mundo triste y solitario donde se muestra una pasión desbordada hacia los libros. La narración de su discurso se evoca sin puntos y aparte, de manera seguida, según nos vinieran las ideas a la cabeza. "Leonardo (da Vinci) sabía, ya en aquellos tiempos, que el cielo no es huhmano y que el hombre que piensa tampoco lo es" 




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   Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y ésta es mi love story. Hace treinta y cinco años que prenso libros y papel viejo, treinta y cinco años que me embadurno con letras, hasta el punto de parecer una enciclopedia, una más entre las muchas de las cuales, durante todo este tiempo, habré comprimido alrededor de treinta toneladas, soy una jarra llena de agua viva y agua muerta, basta que me incline un poco para que me rebosen los más bellos pensamientos, soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo, y es que durante estos treinta y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos. Por regla general, prenso unas dos toneladas por mes, y para tener fuerzas para este bendito trabajo, durante treinta y cinco años he bebido tanta cerveza que con ella se podría llenar una piscina olímpica o una buena cantidad de viveros de carpas navideñas. De esta manera, a pesar de mí mismo, me he vuelto sabio y ahora me doy cuenta de que mi cerebro es un fajo de pensamientos prensados en la prensa mecánica, mi cabeza calva es la nuez de Cenicienta, y sé bien que los tiempos en los que el pensamiento estaba inscrito en la memoria humana tenían que ser mucho más hermosos; si en aquel tiempo alguien hubiese querido prensar libros, tendría que haber prensado cabezas humanas, pero tampoco eso habría servido para nada, porque los verdaderos pensamientos provienen del exterior, van junto al hombre como su fiambrera de fideos y por eso todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo.










   Así se inicia la historia de Hanta que trabaja prensando libros y reproducciones de cuadros y que reflexiona sobre los libros que salva de la destrucción y los custodia en su casa hasta el punto de convertirse en un peligro, como los de encima de su cama que le condicionan el sueño. El protagonista recorre Praga y mezcla sus recuerdos con la maestría, que nos hace recordar a su paisano Kafka, rememora a Gohete o Schiller; pensamientos de los filósofos Kant, Nietzsche, Hegel y el oriental Lao-Tse, entre muchos otros. Bohumil Hrabal trabajó durante un tiempo como triturador de papel y, al igual que los libreros de lance, obtuvo ese poder daigónico de juez que le permite rescatar los libros que deberían salvarse de la quema. El hombre en su jubilación pretende seguir haciendo lo que ha hecho toda su vida: empaquetar libros con arte, que sean para leer.













(1914-1997)

   Nació en Brno, en la antigua Checoslovaquia. Doctor en Derecho antes de ser reconocido como un gran escritor, Trenes rigurosamente vigilados (1964) le dio fama internacional gracias a la adaptación cinematográfica de su compatriota Jirí Mentzel. Tras la ocupación soviética con la represión de la Primavera de Praga en 1968, las ediciones de dos de sus libros terminaron en una planta de reciclaje como en la que trabaja el protagonista de la obra que abordamos, prohibiéndole publicar. Yo que he servido al rey de Inglaterra (1982), novela surrealista con un fondo absolutamente trágico, se edita en ediciones samizdat hasta 1989. Posteriormente publica, entre otras, Personajes en un paisaje de la infancia, Quién soy yo, Bodas en casa, Una soledad demasiado ruidosa (1977), La pequeña ciudad donde el tiempo se detuvo (1978) y Los palabristas.












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